Bonjour, Paris {Emma Roberts}

El viaje había sido largo y extenuante, pero, sin duda, la compañía era reconfortante. Emma y yo habíamos salido tiempo antes, como pareja, quiero decir, y era una chica muy agradable, dulce y atenta. Me gustaba que después de todo lo que había pasado entre los dos ella siguiera dirigiéndome la palabra. Lo cierto es que, luego de terminar cualquier relación, me gusta mantener contacto con las chicas porque, no sé exactamente cómo explicarlo, pero son personas que formaron parte de tu vida, que te regalaron momentos excepcionales, gratos recuerdos, sonrisas... no sé, todo eso y más, son personas con las que creciste de una u otra manera, así que eso de cortar para siempre no era lo mío.

Hacía poco me había encontrado a Emma en una cafetería, estuvimos charlando y llegamos a la conclusión de necesitar, ambos y de manera casi urgente, unas vacaciones, lejos de Estados Unidos y sus multitudes, lejos de los paparazzis y las mil y un fans que asediaban día con día sin dejarnos siquiera caminar tranquilamente. Valla, tranquilidad era algo que ninguno de los trabajadores de Hollywood tenemos. Pero bien, los fans también son lo más real que podemos tener. En resumidas palabras, quedamos de salir fuera de América.

París, aquí nos encontramos ahora. El avión aterrizó a la hora justa que estaba planeada, sin contratiempo alguno. Esperamos nuestro equipaje, yo con mis siempre presentes lentes oscuros, el cabello desaliñado, unos jeans cómodos y una camisa, nada más. No comentamos nada sobre cuánto nos quedaríamos ahí, pero esperaba que fuera el tiempo suficiente como para lograr encontrar algo de paz, aunque seguro no demoraría tanto tiempo.

Cuando salimos a conseguir un taxi, ayudando a Emma con sus maletas y las mías, me giré sonriente hacia ella para hablarle. —Bueno, ya estamos aquí. Primero vamos al hotel a dejar esto. Hice reservación anoche desde casa, habitaciones separadas, claro, no quiero incomodarte — le informé. Nos detuvimos frente a un taxi mientras un mozo nos ayudaba con las maletas con gesto curioso, como si nos hubiese reconocido y no se atreviera a decirlo.

No podía estar más de acuerdo con ella. Ese iba a ser un buen viaje, que digo bueno, excelente. Me podría empezar a olvidar de todo el tedio que había tenido apenas un día antes, la prensa acosándome en busca de información sobre lo que paso con Dianna, lo que pensaba y ese mar de preguntas estúpidas que lograban hacerme enojar de verdad. Ellos no conocían la privacidad, así de sencillo. Seguramente luego de este viaje las preguntas rodarían como una bola de boliche. Todos querrían saber qué estuve haciendo con Emma, si volvimos, si nos acostamos... caray. Ya podía imaginarlo.

El chico terminó de subir las maletas en el maletero del taxi, mientras el conductor esperaba a que subiéramos y el mozo su propina. Busqué mi cartera para darle algo, no tenía monedas, así que le di lo primero que cogí, cincuenta dólares. El chico de no más de quince, se quedo maravillado, regalando una enorme sonrisa y yendo a abrir la puerta para Emma. Le di un guiño a Emma y sostuve la puerta mientras el chico se marchaba a ayudar a alguien más. —Que triste ver que todo se arregle con dinero. Valla, si hasta hace más amables a las personas —le dije, mirando por encima de sus hombros.

Subí al taxi enseguida de haberse acomodado ella. Le di la dirección al chofer, únicamente el nombre del hotel, seguramente él entendería con sólo escucharlo. Mi fracés estaba gastado pues, aunque antes había vivido en Inglaterra y visitaba con constancia Francia, nunca me detuve a socializar bastante y llevar a cabo una conversación amena en la que practicara le idioma, así que con decir el nombre supuse que estaría bien. En seguida el chofer se puso en marcha, era un hombre de bigote extraño, gracioso, con un sombrero estilo boina, ya de unos cincuenta años o más, ni idea, pero silencioso.

Me causó gracia que Emma dijera que la forma en que a ella le gustaría que fueran las cosas en cuanto al dinero, pero, diablos, el mundo está tan jodido que todo es dinero, como dice mi padre "Con dinero baila el perro", y aunque sonara mal, era muy cierto. Del aeropuerto a la ciudad, bueno, al centro de la ciudad, no era demasiado tiempo, así que pronto se pudo ver la torre Eiffel desde el cristal del auto. Hice un gesto meditabundo mientras pensaba el sitio adecuado para ir con ella, pero ni siquiera había que pensar mucho, ya con el hecho de estar en Paris era suficiente. —¿Qué te parece si luego de ir al hotel salimos a caminar? —propuse, aunque las ideas seguían surgiendo en mi cabeza —No falta mucho para que oscurezca, así que, una ducha nos caería bien antes de salir, y así vamos a cenar más tarde. Después podemos simplemente vagar por la ciudad. Es hermosa de noche —lo sabía porque, como dije antes, había estado ahí antes.

París era muy bien conocida por ser la ciudad del amor, si de verdad lo era, entonces yo no lo sabía, al menos no a ciencia cierta, esa era la etiqueta que se le había puesto desde hacía ya bastante tiempo, aunque la historia en realidad no la conocí; quién sabe, quizás por un euro algún chico nos la contaba en alguna de sus tantas bellas calles.

Emma me hizo recordar a Dianna, igual y no fue su intención, pero...dolía, aún. Como sea que hubieran pasado las cosas, con Dianna mi vida había sido relativamente mejor. Había dejado de extrañar a mi país por extrañar sus brazos o sus besos. Pero no era momento para ponerse melancólico, se suponía que esa era una de las razones por las que estaba en Francia. Sonreí apenas notablemente, pues aunque me esforzara, los sucesos pasados no dejaban de sentirse recientes. —Perfecto, entonces nada de Estados Unidos... sólo disfrutemos esto, no es todos los días —respondí.

Ya habíamos entrado a la ciudad, las calles estaban atestadas de gente a esa horas, era la hora en que la mayoría de los parisinos salían de sus trabajos, aunque era tan diferente de América, allá todos iban y venían en sus coches, aquí, en cambio, las personas caminaban. Muy sano. —¿Ya viste esa fuente? Es algo... explícita —dije, señalando una fuente que se veía desde su ventanilla con la figura de dos ángelitos desnudos que parecían hacer sus necesidades.